Una mochilita cargada de equipaje rancio, la pibita se ahoga para no oxigenar el cerebro. Una foto en su retina calcula la última vez que disfruto del sexo y las cruces en el almanaque las fechas en que amó. Se deja arrastrar al fango de los que pretenden tan poco, de las poses de la madrugada, de los licores berretas y las discos.
Cuántas veces me quisieron colgar esas medallas de estaño que ella luce con tanto orgullo.
Las mascaritas le sonríen muecas falsas. Un pulgarcito envuelto en sedas de vanidad la engalana de la peor manera y tanta pendejada la confunde y arranca. Todos son trofeos, nadie se disfruta. La ansiedad los come. Nadie los preparó para otra cosa y huyen, no saben qué hacer con tanto.
Ahí está, tan infelizmente célebre, tan jovialmente entretenida y tan ciega de las que no quieren ver. Pocas cosas más tristes que un payasito con el maquillaje vencido. Tan dueña de ese circo que apesta putrefacto en el vacío. No hay virilidad que le dore esa píldora. Es un objeto de colección y no pretende más. Nadie la ve, ni sabe de ella. Perro vencido, me dejé exhibir. De errores se edifican las horas.
Yo estoy en paz con vos. Hoy le llevé flores a mi último recuerdo. Sos mi último cariño. Buena suerte y hasta luego.
Seis veces apagué el despertador este día cualquiera a esta hora mas. Cada vez que levanto me entra esa nostalgia de mierda que no soporto, que no me impulsa a nada. Así, a cara de perro, le entro al café, al mate, a lo que sea que haya sobrado. Solíamos ser felices, yo me acuerdo. Me acuerdo de las tardes, de las charlas, de los amigos. Todo parecía eterno. Las primeras músicas, los primero sexos, los primeros excesos, los días, las tardes, las horas. Las terrazas que usurpábamos con Chuza para ver el cielo y solucionar el mundo en dos sorbos. La sala que armamos en el altillo del Cani. Los dieciséis en la esquina de donde nos echaba la cana, como olvidar que eramos dieciséis si nos dividíamos la cerveza. Tanta gente, tantas calles, tanto barrio. No pienso en los mates de Majo. No pienso en las tetas de Lucía ni en la débil perfección de Pamela, no. Es mas bien una sensación, un vacío. Lo es todo y nada en particular. Cada vez, cada sábado, cada domingo, es mas pronunciado. Se acercan los treinta veranos, quizás sea eso. No lo sé. Pero Santos Lugares sos una sensación horrible al despertar.