Seis veces apagué el despertador este día cualquiera a esta hora mas. Cada vez que levanto me entra esa nostalgia de mierda que no soporto, que no me impulsa a nada. Así, a cara de perro, le entro al café, al mate, a lo que sea que haya sobrado. Solíamos ser felices, yo me acuerdo. Me acuerdo de las tardes, de las charlas, de los amigos. Todo parecía eterno. Las primeras músicas, los primero sexos, los primeros excesos, los días, las tardes, las horas. Las terrazas que usurpábamos con Chuza para ver el cielo y solucionar el mundo en dos sorbos. La sala que armamos en el altillo del Cani. Los dieciséis en la esquina de donde nos echaba la cana, como olvidar que eramos dieciséis si nos dividíamos la cerveza. Tanta gente, tantas calles, tanto barrio. No pienso en los mates de Majo. No pienso en las tetas de Lucía ni en la débil perfección de Pamela, no. Es mas bien una sensación, un vacío. Lo es todo y nada en particular. Cada vez, cada sábado, cada domingo, es mas pronunciado. Se acercan los treinta veranos, quizás sea eso. No lo sé. Pero Santos Lugares sos una sensación horrible al despertar.
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