Nunca vistas de azul al príncipe gris.
Otro lunes que amanece este letargo entre sábanas que hace
rato sobran de costados. No sé si leo el diario o recuerdo las noticias de
memoria mientras desayuno el primer cigarro que acaba con mi garganta y me deja
esa molestia necesaria en el paladar. Le saco la batería al celular, de la
misma manera que esa tía que no veía nunca dejó de enviarme el sobrecito con
guita para mi cumpleaños. Intento que el agua fría aliviane mis parpados y me mojo
la cabeza como si hubiera gente viviendo por ahí. Amanecido medito cada movimiento
y pocas veces suelo despertar.
No sé por dónde empezar a pensar y eso me ocurre bastante
seguido, es que mi mente suele ser un desierto plagado de oasis y espejismos y
yo un viajero ocasional. Entonces, con los ojos en claustro de fotofobia, no
hago más que salir al parque a respirar ese sol que abunda por los barrios
bajos y a desenmarañar de prepo cada segundo, cada instante. Paso por paso, mi
vida no es más que un cumulo de escenas que resuelvo de improviso y donde cada
movimiento desencadena un reflejo instantáneo que construyo sin manuales. Algunas
veces esta habilidad suele ser torpeza. Es que no hay proyecto más ambicioso
que cerrar un capítulo y, generalmente, sucede sin que lo note. Así es como
cada línea que escribo sobre cada uno de esos segundos no puede ser otra cosa
que un garabato amorfo y sin pulso que resulta un párrafo incomprensible que
rara vez releo. No sé cómo hacen, cómo pueden vivir proyectando vidas y años, cómo
eligen el color del muro sin asegurarse un ladrillo, sin saber si llegará a
muro. Entonces pienso en el final del día y me da vértigo. Y este minuto, adrenalina.
No pienso en los costos, no me aseguro más que lo necesario. Es que hay un
mundo de expectativas que nos plaga de frustraciones y ahí, en ese mundo, prefiero
vivir al contado y permitir que cada escena me sorprenda. Sin imaginar cómo
sería, sin proyectar más que los días, sin exigir más que lo ofrecido, ni
asumir más que lo entregado, me cargo esta valija al hombro sin esperar al hada
madrina y con la certeza de que nadie debería vestir de azul a príncipe gris.