miércoles, 14 de marzo de 2012

Los muertos que no he matado

Me voy liándole el cigarro de la nostalgia, ese que nunca pitará, a la confianza austera que poco a poco me ve yacer a sus pies. A sus pies, cegado, maldito, atormentado, aletargado en el más cruel de los éxtasis, me rindo para no oír lo que nunca se pudo pronunciar.
Estos puntos suspensivos no me matan.  Este espejismo que en mí acerca he descubierto me desvela entre sueños por beber de su oasis trillado. 
Me voy buscándole la trampa a este juego que no juego, bailando en soledad la milonga de las caricias que no he acariciado, de las almas en pena, de los ojos de los muertos que no he matado. 



jueves, 8 de marzo de 2012

Feliz día, mujeres.

No me arrepiento de nada. Gioconda Belli.

No me arrepiento de nada Desde la mujer que soy, a veces me da por contemplar aquellas que pude haber sido; las mujeres primorosas, hacendosas, buenas esposas, dechado de virtudes, que deseara mi madre. No sé por qué la vida entera he pasado rebelándome contra ellas. Odio sus amenazas en mi cuerpo. La culpa que sus vidas impecables, por extraño maleficio, me inspiran. Reniego de sus buenos oficios; de los llantos a escondidas del esposo, del pudor de su desnudez bajo la planchada y almidonada ropa interior.

Estas mujeres, sin embargo, me miran desde el interior de los espejos, levantan su dedo acusador y, a veces, cedo a sus miradas de reproche y quiero ganarme la aceptación universal, ser la "niña buena", la "mujer decente" la Gioconda irreprochable. Sacarme diez en conducta con el partido, el estado, las amistades, mi familia, mis hijos y todos los demás seres que abundantes pueblan este mundo nuestro.

En esta contradicción inevitable entre lo que debió haber sido y lo que es, he librado numerosas batallas mortales, batallas a mordiscos de ellas contra mí -ellas habitando en mí queriendo ser yo misma- transgrediendo maternos mandamientos, desgarro adolorida y a trompicones a las mujeres internas que, desde la infancia, me retuercen los ojos porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños, porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable, que se enamora como alma en pena de causas justas, hombres hermosos, y palabras juguetonas. Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada, e hice el amor sobre escritorios -en horas de oficina- y rompí lazos inviolables y me atreví a gozar el cuerpo sano y sinuoso con que los genes de todos mis ancestros me dotaron.

No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones. No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf. Pero en los pozos oscuros en que me hundo, cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos, siento las lágrimas pujando; veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo, blandiendo condenas contra mi felicidad. Impertérritas niñas buenas me circundan y danzan sus canciones infantiles contra mí contra esta mujer hecha y derecha, plena.

Esta mujer de pechos en pecho y caderas anchas que, por mi madre y contra ella, me gusta ser.

Ruleta Rusa


En un rato sale el sol, los dos bien lo sabemos. Pinta de perdedores y extraños. Malandras de baño de estación. Con una mirada relativa y oscura, estos cantores de gargantas corroídas, escritores de esos burdeles a los que nunca iríamos, tiranos y amables, se pierden hasta en el último rayo de luna. Artistas del submundo, perfectos suicidas de los días vencidos. Vos y yo, sabemos los costos. Sabemos muy bien que es eso de la frustración, de la imaginación rebalsando por nuestros oídos aturdidos, de las nostalgias del futuro, de que nunca llegue la estación de la siembra.

Y acá estamos, sumidos en la creación de nuestros antagónicos mundos, con cadavéricas botellas sobre la mesa plagada de los restos de nuestras mejores noches. Un gato lamiéndonos las horas, arañándonos los intentos.

Siempre la pasamos bien. Hasta los silencios nos sonríen. Nada puede salir mal cuando el único desafío es nuestra mala compañía. Y el "haz lo que puedas" da vueltas por la habitación, nos mira, nos seduce. También las muecas de los cuerpos que a veces duelen y los ecos de las burlas a lo inevitable, al deber ser. Nunca un "mirá, qué bien andas" ni una sonrisa de la vieja de las compras, ni un guiño de las camisitas planchadas, ni un te fío en el mercadito de la vuelta. Pero nos reímos, nos reímos mucho de eso también.

Y finalmente entran como putas el sol y la campana del tren de la madrugada a tu casa batallada. Y ahí seguimos: tirados, extrañados. Riffeando algún firuelete eterno, repasando sobre pasado las mejores músicas.
Y en ese absurdo interminable, y en ese tiro de suerte que nos vomitó esta ruleta rusa, y ahí… ahí soy ciego también.