Las horas se nos escurren, ya perdimos esa cuenta también. Y ahora resulta que de tanto enfadarnos con las buenas nuevas, el Diablo nos soltó la mano otra vez. Diablo, tan viejo y trillado, vos sí que sabes que esas noches no deberían sucedernos. Y digo “noche” como si fuera un adjetivo capaz de describirlo todo. Y digo “todo” como si no fuese nada en realidad.
Nos enseñaste la cruel mueca de la felicidad, nos mostraste en una eternidad lo que nunca dura nada. Nos reímos viscerales risas hasta dolernos.
Y el después, que nunca nos invitó a nada, te apretó hasta sangrar. Ahí quedamos. Ahí, todavía hoy, quedé. Sumido en el más profundo aburrimiento con lo atroz de los espejos.
Deberíamos releer la letra chica de ese contrato que firmamos a las apuradas con el destino y escupirle la geta a los abogados que reían sordas carcajadas ese minuto que casi lo cambia todo. Y vuelvo a decir “todo” como si no fuese nada en realidad. Pero lo es todo.
Acá queda el secreto. Muy a mi pesar, nadie sabrá nunca que hasta Adán volvería a morder la manzana por verte respirar como solías.
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